Alessa

Alessa quería subir la colina, pero su padre le había dicho que tenía que permanecer allí quieta. El lugar era precioso, un prado lleno de flores rojas y amarillas, rodeaba el pequeño bosquecillo donde se perdía el sendero en lo que parecía una pequeña colina, el frondoso valle a los pies de la colina se cubría de verde ocultando dónde se adivinaba el río, ella permanecía quieta junto al coche aparcado donde nacía el sencillo camino de tierra, y se esmeraba en escuchar el canto de los pájaros y los susurros lejanos del río mientras sujetaba con fuerza las correas de los perros que tensos no dejaban de gemir.

Hacía un rato que él se había ido, pero no le había dicho por qué, ni para qué tenía que permanecer allí. La niña notaba el viento que cada vez era más frío, pero no se atrevía a ir a por su chaqueta, no quería fallarle o disgustarle. Se quedó quieta sujetando a los dos perros sin atreverse a soltarles, agarrando la correa con sus manitas mientras pensaba en lo fácil que sería soltarlos, o enganchar las correas al árbol. Tenía miedo de que su padre se enfadara, muchas veces no le entendía, pero sabía que se irritaba si ella le fallaba.

El tiempo seguía pasando y la luz empezaba a cambiar. Le apetecía correr un poco con los perros, así entraría en calor, y el campo estaba tan bonito…

Alessa, con sus manos ajadas ya por la edad, se había encontrado con aquel recuerdo por casualidad, mientras fregaba los platos de la cena, mirando a través de la ventana la oscuridad de la noche.

Recordaba perfectamente aquel día, y como había estado así, quieta, hasta que entró la noche. Por fin había vuelto su padre, con un cubo lleno de peces, triunfante y feliz, sosteniendo la caña de pescar como un estandarte. Había sido agradable sentir su alegría porque ella era obediente. A pesar del frío y la pesadez del cuerpo. Aún recordaba lo dicharachero y feliz que se mostraba su padre con ella. Lo recordaría siempre.

Sonrió recordando la alegría de su padre y el orgullo que ella había sentido, aunque no lo hubiera entendido.

De pronto uno de los platos cayó de sus platos a la pila con gran estruendo. Una voz desde el salón preguntó autoritaria ¿Qué pasa?, ella recogió el plato presurosa y con una voz agradable y risueña respondió ¡Nada un plato que quería escapar no le gusta el jabón! se sonrió de su propia ocurrencia. La voz bromeó y rieron.

Alessa se dirigió entonces al salón con una sonrisa, limpiándose las manos aún húmedas en el delantal. Caminó directa al sofá y abrazó a su marido desde el otro lado del respaldo. Él la acogió cariñoso estrechando con cariño sus brazos. Un quejido de dolor escapó de los labios de Alessa involuntariamente.

¿Qué pasa aún te duele?- preguntó él con interés.

No es nada. No importa, no puede quitarme el placer de este abrazo – respondió ella melosa, apartando los malos recuerdos que se despertaban, ella sabía que todo iría bien mientras siguiera siendo fuerte, sin dudar, manteniéndose en su lugar, siendo obediente y se le escapó una sonrisa agradecida a su padre por haberle enseñado aquello.

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